Una no escoge

Una no escoge el país donde nace; pero ama el país donde ha nacido.

Una no escoge el tiempo para venir al mundo; pero debe dejar huella de su tiempo.

Nadie puede evadir su responsabilidad.

Nadie puede taparse los ojos, los oidos, enmudecer y cortarse las manos.

Todos tenemos un deber de amor que cumplir, una historia que nacer, una meta que alcanzar.

No escogimos el momento para venir al mundo: Ahora podemos hacer el mundo en que nacerá y crecerá la semilla que trajimos con nosotras.















miércoles, 16 de junio de 2010

Eugenia Castro: usada, olvidada....hoy, tantas Eugenias!

Si el título dice “Mujeres que hicieron historia” una supone que sólo hablará de aquellas que aparecen en los libros, las estampas, los museos...pero no, hay mujeres que hicieron parte de la historia pero han sido escondidas y olvidadas porque su papel no es lo suficientemente “digno” o “relevante” para aquellas plumas que dicen qué se debe leer, saber, recordar.

Eugenia Castro es apenas esbozada en algunos libros de autoras que buscan rescatar voces olvidadas. Susana Bilbao, escritora paceña, la evoca en “Amadísimo Patrón” y María Sáenz Quesada en “Las mujeres de Rosas”. Se la recuerda como “la manceba de Rosas”. El término manceba no es inocente. El vocablo deriva del latino mancĭpus que siginifica “esclavo”; actualmente la Real Academia Española dice en su sexta acepción “concubina”, y en ese sentido debe entenderse a Eugenia Castro, pero también su historia está cerca de la esclava.

La relación de esta joven con Juan Manuel de Rosas viene de los tiempos en que su esposa, Encarnación, estaba en los últimos meses de vida. La niña fue puesta en manos de los Rosas porque su padre, soldado de la Confederación, viudo y enfermo, la dejó como pupila. La relación fue siempre asimétrica, signada por el poder del hombre gobernador sobre una inocente huérfana.

La belleza y humildad de la muchacha fue un imán para el gobernador quien, a pesar de poder tener a mujeres de cualquier índole, decide esta relación. ¿Por qué? podemos pensar en la necesidad de ocultar sus amoríos ante los ataques de los unitarios, pero más podemos imaginar el egoísmo propio de quien sólo piensa en sí mismo y con esta cómoda relación “puertas adentro” puede satisfacer sus necesidades físicas y emocionales sin compromisos de ningún tipo. ¿A quién puede importarle el futuro de una pobre muchacha sin familia y sin protección? A Rosas, no, evidentemente, aunque por momentos hasta parece que la ama.

Eugenia empieza a dar a luz. Primero una hija, bautizada Mercedes, cuya paternidad se atribuyó a un sobrino de Encarnación Ezcurra, para salvaguardar la honorabilidad de la pareja, ya que el hecho sucedió antes de la muerte de la esposa. Después nacerán de la unión: Angela (1840), Ermilio (1842), Nicanora (1844), y más tarde Joaquín y Justina.

La relación duró desde 1839 hasta la batalla de Caseros en 1852 y siempre se mantuvo oculta, aunque quienes transitaban la quinta de Palermo, sabían qué sucedía.

“Rosas la quería, en la medida en que su narcisismo se lo permitía, es decir, dando lo menos posible, como un patrón generoso más que como un amante entregado a su amor. Ella lo idolatraba, sorprendida tal vez al ver que el hombre más respetado, temido, querido y odiado de la Confederación durmiera noche tras noche con ella y fuera el padre de sus hijos. No recibía a cambio más que unos pesos mensuales, además de la vestimenta y la comida. Nada les faltaba a Eugenia y a sus hijos. Nada les sobraba tampoco. Ella, desinteresada, ingenua, ignorante de las artimañas de la política, jamás pensó en asegurarse el futuro como suelen hacerlo las queridas de los gobernantes. El, convencido de la grandeza de su linaje, no imaginó siquiera que podía reconocer a sus hijos naturales y asegurar el bienestar de Eugenia”, dice María Sáenz.

Eugenia le cebaba mates, lo atendía en su rito de afeitada-dato no menor en tiempos donde el cuello de Rosas era un bien preciado para varios sectores del país-, probaba la comida del gobernador y escuchaba sus confidencias en el lecho.

El escritor José Mármol, fervoroso antirrosista, denunciaba: "El, Rosas, hace de su barragana la primera amiga y compañera de su hija; él la hace testigo de sus orgías escandalosas..." Lo cierto es que Manuelita la aprecia, pero nada hace cuando parten al exilio. La abandona también y cuando, años después (1886) los descendientes de Eugenia exigen sus derechos ante el regreso de la hija legal al país, nada consiguen de ella.

Cuando Rosas cae, en Caseros, parte al exilio en un buque de guerra inglés y ofrece a Eugenia llevarla a Gran Bretaña junto a dos de sus hijos, sus preferidos, Ángela y Emilio. Ella no acepta; ¿cómo dejar a sus otros cinco niños?. Tenía 32 años y se encontraba nuevamente embarazada.

Entonces, empezó el calvario de Eugenia y la relación asimétrica mostró la verdad. Los biógrafos dicen que la joven se comportó con lealtad, hizo los mandados que le encargó el ex dictador y se empeñó en sacar algunos objetos de Palermo; entre ellos, el recado favorito de Rosas. Adrián, su séptimo hijo y el postrero de estos amores, nació pocos meses más tarde en la estancia de una familia amiga y es probable que ella tuviera que darlo, debido a que no estaba en condiciones de atenderlo bien, dice Saénz.

En Inglaterra, Rosas pasa necesidades ya que el gobierno nacional le incauta los bienes. Eugenia le escribe varias veces pidiéndole ayuda o recordando el compromiso asumido de mandarle una mensualidad para atender las necesidades de sus siete hijos menores, Rosas deja pasar años sin contestar. Luego de un largo y significativo silencio, le escribe para quejarse de su estado de pobreza, de las injusticias que estaba padeciendo y de la "maldita ingratitud" de Eugenia. De este modo, la hacía responsable de la decisión de quedarse.

"(...) Reciba mil recuerdos de las muchachas que no se olvide de ellas y de mi parte le deseo mil felicidades y que no se olvide de esta pobre desgraciada (...). Sin más molestia soy de usted como siempre su humilde criada.” dice Eugenia en una de sus misivas a Rosas. Siempre seguirá viéndolo como su patrón, hecho que él y Manuelita recalcarán a fin de evitar reclamos pecuniarios y de origen. Rosas no reconoce por escrito a los hijos e hijas que tiene con la Castro, por lo que ella y sus descendientes mueren en la pobreza, la humillación y el abandono. Eugenia Castro falleció un año antes que Rosas, con apenas 52 años.

Su historia pone luz sobre tantas miles y miles de historias similares, de niñas puestas como criadas y usadas como objetos sexuales, para ser luego abandonadas y humilladas, preñadas o llenas de hijos. Mujeres que se convierten en víctimas de hombres más o menos poderosos, pero que ejercen con ellas, la violencia propia de quien tiene impunidad, solo porque el machismo imperante sigue avalando estas historias de dolor e injusticia y las esposas, hijas, hermanas, tantas veces cómplices en el silencio, seguimos callando, puertas adentro del hogar.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola,
He leído mucho sobre Rosas y no puedo encontrar ninguna imagen de Eugenia Castro. Sé que en 1926 en el diario Critica se publicó una imagen de ella y de Nicanora. Habrá alguna forma de conseguir una imagen de ellas??? Gracias
Liz

Anónimo dijo...

Hablar es gratis, o sea el costo de la ignorancia. Estudien un poco por favor.

Unknown dijo...

poque critican? Porque es gratis?

Unknown dijo...

Y cual seria la crítica??

Unknown dijo...

O sea tipo...que hay que estudiar?

Unknown dijo...

Y cual seria la crítica??

Unknown dijo...

Y cual seria la crítica??